miércoles, marzo 01, 2006

Mi nombre, el que me dieron mis padres y al que apellidaron la costumbre y la ley es el de Pablo Fernández Sánchez, original y exótico donde los haya. Menudo y pálido, no sé si soy un ángel o un tísico, sí un vertebrado modesto que rompió hace años su relación con las cuchillas de afeitar.

Nací el 30 de abril de 1983 en Vigo, un pequeño pueblo de la costa gallega, no sé si lo conoceréis. A pesar del lugar físico del alumbramiento, mi verdadera nacionalidad es la portuguesa, en tanto que mis primeros años se sucedieron cercados por amables lusos de gruesos bigotes. Como consecuencia, mi corazón y parte de mis gustos musicales se quedaron, por suerte o por desgracia, al otro lado del Miño.

Mi infancia (etapa vital de la que no saldré jamás) ha transcurrido entre una de las villas más encantadoras que conozco, Tui, y, bipolarizando, uno de los lugares más horribles sobre la faz de la Tierra: Redondela, a vila dos viaductos. Por sus puentes la conoceréis pero también por Suso Pérez Varela, Pablo Couñago y, para los de esa profesión que admiro tanto, la comunicación, don Ignacio Ramonet, cuyo pregón en las fiestas patronales fue menos multitudinario y ovacionado que el de Os Tonechos.

La fatalidad y mi ardor por la creación me han llevado a licenciarme en Periodismo en la Facultad de Santiago de Compostela, experiencia por la que no me gustaría que pasase ningún ser humano. No obstante, en honor a la verdad, he de decir que allí surgieron elementos positivos que han influido de modo determinante en mi vida, añadiéndose a la larga lista de inspiraciones recibidas en mi etapa preuniversitaria. Aludidos, romped los espejos de vuestros hogares.

Mis pasiones son el asesinato, el dolor y la adoración a Satán y, más sinceramente, la literatura (cuántos poemas, novelas y relatos he quemado, enterrado o, simplemente, tirado por el retrete), la música (extenso capítulo de mi vida), el cine y una extraña predisposición para el pensamiento o “rayada”, en jerga popular. Con vergüenza, pero también con orgullo, confieso -hay que gritarlo- que me absorbe el balonmano, deporte que muchos de vosotros, minúsculas mentes pervertidas por el fútbol o la más abyecta inacción, jamás comprenderéis. Sin estos ingredientes y el aroma humano que los acompaña, mi existencia sería un plato vacío.

Mi objetivo en esta última reencarnación que me ha tocado es el de convertirme en un genio. Meta complicada que, sin embargo, se me antoja posible si sigo el camino trazado por un milagro que conocí en los años finales. ¿Un genio de la música, de la literatura, de la ciencia, del porno…? Os preguntaréis, o lo hago yo por vosotros. Mi intención es ser un talento en todos los sentidos, la mariposa que origina el huracán y devasta el mundo para crear uno nuevo. En definitiva, el sueño de un enfermo megalómano (ah, a esto habría que añadir mi esfuerzo por obtener la “nacionalidad” groenlandesa y mis deseos de entregarme a la boca de Scarlett Johansson).

Maestros tengo muchísimos, pero los dejaré en estos: Juan (lo reconoceréis por su sonrisa gatuna), Sartre, Nietzsche, Bergson, Zorba, Kafka, Alejandro Magno y Mozart. Acabo de telegrafiar mi personalidad.

Nada más. Con narcisismo me despido, para que me conozcáis por mi obra.